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Carlos San Juan Victoria (coord.), El XX mexicano: lecturas de un siglo, México, Itaca, 2012.

Leticia Reina, Dirección de Estudios Históricos, INAH.


Este libro versa sobre lo que nos legó el fascinante siglo XX. Y para empezar, vale la pena detenernos en una breve descripción de la excelente portada del libro; composición elaborada por Efraín Herrera y que ilustra el devenir histórico de esa centuria. En la parte superior se asoma la Adelita, ícono de la Revolución mexicana, con cara de asombro y desconcierto, porque en su recorrido llega a la estación final de la vigésima centuria mexicana.[1] Esta Adelita, que en la fotografía original forma parte de un conjunto de mujeres que participaron en el movimiento revolucionario, se asoma y se encuentra con un país transformado y moderno, con sus grandes empresas corporativas y centros financieros. Pero debajo de su mirada, en la base de la lámina, tiene también una gran masa de trabajadores marchando y protestando porque la Revolución, que hicieron sus abuelos y otras Adelitas, no les hizo justicia. Esta composición fotográfica constituye una excelente síntesis ilustrativa del contenido del libro.

Hoy, ya en el siglo XXI, aún no terminan de sedimentarse las acciones pasadas y, por tanto, no han terminado por aclararse muchos de los aspectos que fueron significativos en el siglo XX. Por ello se agradece que un grupo de investigadores ofrezcan una historia fresca, escrita con método lúdico pero con todo el rigor de investigaciones profundas que explican la complejidad de la centuria pasada, en la que ellos nacieron y que al estar tan cercana a ellos, a nosotros, resulta difícil aprehender. También es importante resaltar que el pasado reciente resulta difícil de interpretar, porque hoy día los viejos amarres aún no terminan de morir.

En este periodo se aferran sus continuidades y se resguardan las posibilidades de cambio, por lo cual resulta aún más importante la publicación de este libro, ya que no sabemos hasta cuándo y de qué manera enterraremos lo que ha frenado el desarrollo de nuestro país. Pero sobre todo, ¿por qué es importante regresar a ese tiempo? Desde muy diversas perspectivas, esta obra trae noticias de una especie de crepúsculo, de fin de época, de un siglo XX indómito que pudo superar la herencia de la modernidad bárbara del Porfiriato y que proyectó a la nación, a los trabajadores, a los campesinos y a las clases medias urbanas a una escala nunca antes vivida en doscientos años de República.

De esa inflexión en el sentido histórico nos habla Carlos San Juan, coordinador del libro, de la transformación sustantiva vivida a partir de 1983, época que podemos considerar un parteaguas porque —como él mismo describe—, el cambio sucedió

[…] sin ruido pero sin pausa, no sólo fue transformado el gobierno sino la sociedad misma. Moría un siglo nacionalista y arribaba la globalización del dinero, se desplazaba y desprestigiaba al trabajo y prosperaba no la producción, sino la especulación. Una enorme coalición de trabajadores, clases medias, gobernantes, pensadores preocupados por la cuestión social, épocas doradas del crecimiento a escala mundial, gobiernos de welfare State en Estados Unidos cedían su largo reinado a un mundo nuevo, con sus brillos intensos pero también con mucha aridez y vida dura.

Es un siglo que nos produce atracción y rechazo, desencanto y optimismo; adjetivos utilizados por Carlos San Juan en la espléndida presentación del libro y que expresa muy bien la realidad dialéctica, compleja y contradictoria de México durante la centuria pasada. Esta idea también la transmite el conjunto del libro, de manera analítica, crítica y propositiva.

El libro está conformado por un conjunto de ensayos provenientes de buenas plumas y de ágil lectura, son pinceladas impresionistas de la historia mexicana del siglo XX. Los trazos son diversos en tiempo, espacio y temática; versátiles y plurales. Igual acuden al análisis de la larga duración que a la coyuntura; los temas, el tiempo y el espacio no corresponden a un libro de historia clásico, no recorren los cien años de la centuria, ni tampoco transitan por todo el país. Pero estos trazos marcan las pautas de una nueva historiografía, que propone nuevos temas y nuevos actores sociales. Ensayan nuevas metodologías, dando voz a muy diversos actores de la sociedad. En fin, son escritos diversos en temáticas y temporalidades, pero inscritos en la profunda reflexión y la crítica a la realidad, en oposición a antiguas interpretaciones y a fuentes muy trilladas.

Algunas de las orientaciones que explora el libro nos van a ilustrar este análisis sucinto del libro. Por ejemplo, el ensayo de Carlos Monsiváis, en su acostumbrado estilo irónico, recurre a las explosiones de alegría del pueblo mexicano que recorre la avenida Reforma, frente a las escasas victorias logradas en el futbol, para explicar que este fenómeno logró lo que no pudieron dos siglos de empeños por crear algo que no existía, la comunidad imaginaria llamada nación. Y continúa señalando que el siglo XIX fue una patria construida en combates internos y externos, y que en el XX la nación se hizo palpable al extenderse factores como educación, salud, salarios, reparto agrario. Y ahora, en este árido presente esas emociones colectivas contrastan con el declarado desinterés de los nuevos gobernantes. La nación y el nacionalismo, dicen ahora, ya no importa en la globalidad, aunque ellos aniden en las emociones colectivas.

José Joaquín Blanco muestra la gran transformación en los modos de vida que ocurrieron en la segunda mitad de ese siglo y que ocurrieron en medio de grandes contrastes o contrapuntos. Por ejemplo, el predominio de una sociedad indígena, rural, que distribuía sus productos en burritos por las calles de la ciudad de México. Ya entonces con barrios o zonas dentro de una modernidad que empezaban a calcar a la estadounidense. El optimismo de millones de mexicanos que se dedicaron a procrear hijos mientras sus elites dirigentes hablaban de un progreso infinito, industrial y urbano, que mostraría en las décadas de los años sesenta y setenta sus limitaciones extremas. O bien el surgimiento de un nacionalismo en la cultura y la producción, orgulloso de su condición singular, que terminará en un crepúsculo penoso hacia el fin de siglo.

Tania Hernández y Saúl Escobar describen cada uno a su modo la rueda de la fortuna propia de la historia: en primer lugar Tania nos dice cómo los grupos marginales de clases medias enfadadas contra la Revolución vuelta gobierno, superan sus límites y encabezan la gran oposición de derecha que empezó como fuerza marginal en las primeras décadas del siglo, en los ochenta arremeten contra los gobiernos priístas hasta convertirse en gobierno federal en el año 2000; mientras con Saúl vemos el opuesto: cómo los trabajadores sindicalizados y sus cúpulas dirigentes pasan de ser el principal aliado de los gobiernos, en los años cuarenta, a la marginalización y ninguneo al concluir el siglo. Cito: "los trabajadores mexicanos dominaron el siglo XX, pero en el último tramo fueron despojados bruscamente".

De alguna manera se palpa en el libro el ánimo de revalorar a ese siglo donde crecimos. Sus luces y también sus sombras. Por ejemplo, Emma Yáñez recupera la creatividad de los trabajadores ferrocarrileros, insólito en tiempos neoliberales, para literalmente echar a andar sus máquinas aquejadas por falta de refacciones, mal diseñadas para los sube y baja de las montañas del centro y sur del país, e incluso inventores de máquinas de vapor. Explora los lazos emocionales que se tejen entre hombres y máquinas, donde afloran cuentos, recuperaciones de locomotoras y fiestas de pueblos en torno a sus íconos de metal.

María Eugenia del Valle nos recuerda la vieja pero muy actual historia de los migrantes al otro lado de la frontera, donde el gobierno mexicano negociaba, allá por los años cincuenta, con sus poderosos vecinos del norte la entrada de braceros, pero en el marco de salarios acordados y prestaciones propias del Estado de bienestar y que surgió en muy diversos lugares del mundo en el siglo XX. Por su parte, Sergio Hernández resume largos años de investigación para mostrar el infortunio de la colonia japonesa en suelo mexicano. Los japoneses eran obligados a concentrarse y a sufrir el abandono de sus hogares, al amparo de leyes represivas que después serían usadas contra las oposiciones nacionales al gobierno.

De igual manera, a través de un intenso contrapunto, Paco Pérez Arce nos lleva a esos años sesenta fanáticos de la tecnología, maravillados por la modernidad que lanzaba satélites y andaba en automóvil. Mientras, se cocinaba la más intensa rebelión contra los modos de vida y las maneras de gobernar de esa misma modernidad. La sombra del autoritarismo mexicano se proyectó entonces a una escala desconocida que produjo el agravio del 2 de octubre, que aún pesa en nuestras conciencias.

Para el gremio de los investigadores, de estudiantes, de curiosos y apasionados por ese siglo, Emma Yáñez y Ethelia Ruiz Medrano nos muestran las oportunidades abiertas por los avances tecnológicos y la maduración de sus investigaciones. La Internet, nos dice Emma, pone al alcance de la tecla de cualquiera enormes reservas de memoria que no sólo las recuperan los especialistas y que ya tampoco se empolvan en archivos institucionales, sino que, y hace bien en señalarlo, ahora la red está al servicio de individuos, grupos y pueblos que en ese ánimo desprejuiciado de "dejarse ver" de nuestra época, muestran sus gestas o desgracias.

En otra línea de análisis, Ethelia Ruiz Medrano nos recuerda que las investigaciones sobre los pueblos originarios pueden modificar de manera radical su trazo. Esta autora señala que es fundamental abrirse al trabajo conjunto, tanto para conocer y comprender a los pueblos indígenas como para colaborar con ellos en la superación de sus desafíos contemporáneos. Y amplía la perspectiva antropológica al decir que este tipo de cooperación ya la realizan los antropólogos, pero que puede y debe extenderse hacia la historia.

Desde mi perspectiva de historiadora especializada en problemas agrarios del siglo XIX, advierto una querencia urbana en este libro, con la excepción del importante trabajo de Ethelia Ruiz, aunque en el trasfondo de varios de sus ensayos se mueva la sombra poderosa de los mundos agrarios mexicanos. Con mis mejores deseos para que estas líneas despierten interés en muchos jóvenes que no vivieron este controvertido y apasionante siglo XX, y que el libro llegue a muchos lectores esperando los mueva de sus sillones, los meta en la polémica de lo que nos legó el siglo pasado y los haga pensar, como lo hizo conmigo. Los invito a leer el libro. ¡Vale la pena!


[1]La foto de la Adelita forma parte de la fotografía "Soldaderas en estribo de tren", tomada por el foto-reportero Gerónimo Hernández, quien en abril de 1912 publicó la icónica Adelita en el periódico Nueva Era, de la Asociación Mexicana de Fotógrafos de Prensa, fundada en 1911 y presidida por Agustín Casasola. La fotografía hoy se encuentra en el Fondo Casasola, Sinafo-INAH; Documentos periodísticos señalan a Adela Velarde Pérez, originaria de Chihuahua, como la auténtica Adelita. Desde 1913, esta mujer militó, junto con otras jóvenes, como enfermera de la Cruz Blanca, fundada por Leonor Villegas de Magnon en la División del Norte, bajo el mando del general Carlos Martínez.